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Diego Leguizamón, el violinista del alma: raíces, caminos y emociones al compás de La Callejera

Desde sus primeras vacaciones en Santiago del Estero hasta los escenarios más importantes del país, Diego Leguizamón recorre con su violín un viaje emocional profundo, cargado de historia, identidad y pasión. Integrante de La Callejera desde 2013, este músico multifacético comparte en una entrevista íntima el origen de su amor por el violín, el legado familiar y su mirada sobre el folclore de ayer y hoy.

Por Carlos Lucentti. Estación Urbana 97.5

Desde sus primeras vacaciones en Santiago del Estero hasta los escenarios más importantes del país, Diego Leguizamón recorre con su violín un viaje emocional profundo, cargado de historia, identidad y pasión. Integrante de La Callejera desde 2013, este músico multifacético comparte en una entrevista íntima el origen de su amor por el violín, el legado familiar y su mirada sobre el folclore de ayer y hoy.

De Santiago y los afectos: el primer sonido

“El violín cae a mi vida porque mi vieja es santiagueña”, cuenta Diego. Entre los patios de tierra, las visitas a sus abuelos y las amistades de su padre con grandes como Fortunato Juárez y Alfredo Ábalos, fue en la casa de Fortunato donde Diego vio por primera vez un violín y, como él mismo dice, “fue amor a primera vista”. Pero la inspiración más profunda vino de la mano de Sixto Palavecino: “Tenía sus cassettes, y lo que hacía con el violín me fascinaba”.

Antes de ese amor, hubo un primer instrumento que marcó su infancia: el bombo. A los tres o cuatro años comenzó a tocarlo, y su abuelo materno le regaló uno con la inscripción “Diego el santiagueño”, nombre con el que se presentó por primera vez en los escenarios. Aquel abuelo falleció antes de verlo cantar, pero el bombo aún está con él y pasará a manos de su ahijado, como símbolo de herencia y memoria.

Formación y referentes: una raíz que se ramifica

Su formación incluyó estudios con Juan Bardoú —director de la Orquesta Folclórica Nacional— y con Maribár, docente de la Universidad Nacional de Rosario, a quien destaca por su calidez pedagógica y su capacidad de “hacer sentir la música”.

Entre sus influencias se cruzan caminos diversos: desde Alfredo Ábalos hasta Steve Vai, guitarrista del heavy metal. Diego no teme reconocer que, aunque su formación es de raíz, su sensibilidad lo lleva a nutrirse de múltiples géneros: “Escucho country, fado, música afroperuana, brasilera… y todo eso me nutre para poder innovar”.

El violín como extensión del alma

Para Diego, el violín no es un objeto inerte: “Si tuviera vida, sabría todo de mí. Tiene un ida y vuelta conmigo, es mi compañero en los momentos más felices y también en los más tristes”. Siente que, en más de una ocasión, el violín lo ha ayudado a sanar: “Me ha sacado de la angustia. Con él en la mano, sentí que me decía: 'Dale, loco, vamos adelante'”.

La Callejera, una escuela de vida

La Callejera significó para Diego una transformación artística y personal. Desde su ingreso en 2013, se sintió profundamente identificado con el espíritu del grupo: “Le di todo, y La Callejera me dio todo”. Agradece no solo a los actuales integrantes, sino también a los que ya no están, por haber dejado su huella.

Como músico, aporta con su guitarra, charango y principalmente con el violín. Pero también participa activamente en la planificación y el desarrollo artístico del grupo. Su objetivo: que su violín suene con una voz propia, que tenga identidad dentro de La Callejera.

“Baila País”: la síntesis musical

Hay muchas canciones que Diego valora dentro del repertorio del grupo, pero hay una que lo conmueve especialmente: el candombe “Baila País”. Para él, esa canción sintetiza el sentimiento de La Callejera: “Encierra todo lo que sentimos por nuestras raíces y por la Argentina entera”.

Raíz e innovación: la clave del camino

Conoce profundamente los ritmos tradicionales: gato, escondido, vidala, prado, triunfo, media caña, remedio. Participó en versiones de la Misa Criolla y estudió de cerca los legados de artistas como Chango Farías Gómez, Carnota, Los Hermanos Ábalos y tantos más. “Primero hay que saber de dónde uno viene, tener raíz, para poder innovar”, afirma con convicción.

Una anécdota inolvidable

Durante su primera gira con La Callejera, en un verano frenético, el grupo se detuvo en una estación de servicio en Río Cuarto. Diego bajó al baño y, al salir, el colectivo no estaba. Sin celular ni forma de avisar, corrió tres cuadras hasta que vio que no lo alcanzaba más. “Creía que era una joda, pero no… me habían dejado de verdad”, recuerda entre risas.

Por suerte, un remisero que estaba cargando nafta accedió a ayudarlo. “Le dije: loco, me tenés que salvar”, y juntos salieron a toda velocidad hasta alcanzar el colectivo. “Nos adelantamos y le hicimos seña como que lo íbamos a asaltar —bromea— y cuando asomé la cabeza, el Huguito se agarraba la cabeza diciendo ‘nos olvidamos de Diego’”. Si no se daban cuenta antes, habrían llegado a Mendoza sin él.

Diego Leguizamón es un artista de raíz profunda y alas abiertas. Su violín no solo lleva melodías, sino también historia, memoria y emoción. Es la prueba viva de que el folclore puede ser tradición e innovación al mismo tiempo, siempre que se lo abrace con honestidad, respeto y pasión.

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